Llegando a Tokio, desde Narita a Taitô

Debo confesar que no tenía idea con que me iba a encontrar una vez llegando a Tokio, mi inglés es bastante básico (pero me ha sido más que suficiente para comunicarme) y aparte de algunas cosas básicas de la cultura, mi principal acercamiento era por el cine.

Llegando al aeropuerto de Narita se nota de inmediato el orden japonés, los oficiales de inmigración fueron bastantes amables y después de una rápida inspección al equipaje ya estaba listo para comenzar mi camino. La conectividad del aeropuerto es muy buena y uno puede dejarlo en bus, metro o taxi.

Mis primeros días los pasé en el distrito de Yanaka, un sector muy tranquilo y que está muy lejos de la idea de gran metrópolis que uno se puede hacer de Tokio. Al dejar la estación del metro me encuentro frente a frente con el que sería el habitante más característico de la zona, el cuervo. Nunca había tenido la suerte de ver uno y acá abundan y desde primera hora del día sus graznidos se hacen escuchar.

Dentro de los atractivos que se encuentran en esta zona destaca el Cementerio de Yanaka (Yanaka Reien), donde se encuentra la tumba del último shogun, Tokugawa Yoshinobu. La calle principal del cementerio conecta directamente con una de las salidas de la estación de metro Nippori, así que hay mucho movimiento a través de el. Este cementerio recibe muchas visitas en periodo de los cerezos en flor, ya que se encuentra lleno de ellos.

Un poco más al sur se encuentra el Parque Ueno, lugar que recibe muchas visitas y donde se encuentran numerosos museos (el Museo Nacional de Tokio, el Museo Nacional de Ciencia, el Museo de Arte Metropolitano, entre otros) y el Zoológico de Ueno, donde sus principales habitantes son una pareja de pandas gigantes (no entré aunque la entrada no es cara, no soy muy amigo de los zoológicos pero por lo que tengo entendido este si goza de altos estándares para la conservación y cuidado de los animales).

Saliendo del parque y cruzando la estación Ueno, se encuentra el Mercado de Ameyoko (Ameya Yokocho). Un mercado callejero donde se pueden encontrar ropa, cosméticos, pescado, frutas y especias, además que entre sus callejones hay múltiples restoranes y puestos de comida.

Por lo que he visto con el pasar de los días, me faltaron muchos lados que visitar en este sector de la ciudad, pero quien sabe si vuelvo a andar por ahí al fin de cuentas tengo que regresar a Tokio en una semana.

Ciudad de México, entre serpientes emplumadas y la Virgen de Guadalupe

Cuando la línea aérea  me cambió el vuelo y le agregó 40 horas a mi estadía en México, lo primero que se me vino a la cabeza fue ir a las pirámides.

Teotihuacán queda a menos de una hora de Ciudad de México y aunque la mayoría de los visitantes extranjeros prefiere pagar un tour, yo no iba a pagar las 6 veces más que cuesta este servicio y lo hice como los visitantes locales.

El DF cuenta con una red de metro con 12 líneas que abarca gran parte de la zona central de la ciudad y múltiples conexiones con estaciones de bus y el tren ligero. Como la hora de arribo al aeropuerto fue en la madrugada y no podía registrarme en la hostal pasado el medio día, opté por pagar un locker y viajar lo más ligero posible, me aguardaba una larga caminata y subir muchos escalones.

Directo desde el aeropuerto sale la línea que lleva a la estación llamada «Buses del norte», lugar donde sale el bus que lleva a la zona arqueológica.

Una vez dentro del recinto se puede contratar un guía particular si se quiere conocer todo en detalle, aunque el lugar cuenta con completa infografía en inglés y español. Al entrar hay dos caminos uno que lleva a las pirámides y otro corto que llega a al templo de Quetzalcóatl.

La parte principal son las pirámides, la más grande «la pirámide del sol», se puede escalar hasta su cima; unidas por la calzada de los muertos, se encuentra al otro extremo «la pirámide de la luna» la cual es de menor tamaño pero sus escalones son mucho más empinados. Después de permanecer algo más de dos horas, dejé el parque para volver al DF.

Como aún debía hacer hora, aprovechando que me encontraba en el lado norte de la ciudad, use nuevamente el metro hasta la estación «La Villa-Basílica» para visitar la Basílica de la Virgen de Guadalupe.

El sector de la basílica es un santuario con varios templos, capillas y catedrales. Cabe destacar que cuando pasé había misa y mucha gente acude en familia. Además de las construcciones, también se encuentra un gran jardín con sus fuentes de agua.

Para terminar la tarde, el cansancio del viaje y el sol que pegó durante todo el día (se suponía que iba a estar nublado), me dediqué a descansar y a esperar que anocheciera para darme unas vueltas por el centro y salirme un rato del sector turístico. La ciudad es muy grande y con gran cantidad de gente, que al terminar la jornada laboral tiene los mismos problemas con el transporte que nuestra capital. (Al día siguiente me tocó andar en hora punta y es tan caótico como en nuestro metro).

Ya en la mañana y antes de dejar la hostal aproveché el tiempo para dar unas vueltas por el centro histórico y buscar un lugar donde desayunar. En pleno centro se encuentra El Zócalo (cuyo nombre oficial es la Plaza de la Constitución), alrededor de esta plaza se concentran las sedes del poder político, económico y religioso de México y es lugar común tanto para celebraciones y manifestaciones de la gente.

Después de pasar a buscar mis cosas a la hostal seguí mi camino y tracé una ruta entre el Palacio de Bellas Artes y el Monumento a la Revolución.

Tomando en cuenta la hora y que no podía llegar al aeropuerto tan tarde, me dirigí al sur de la ciudad en el tren ligero a visitar el Estadio Azteca, lugar importante para todos los futboleros ya que en su cancha se hizo el considerado el gol más hermoso y también se jugó el mejor partido de la historia.

Ya para terminar mi visita a esta gran ciudad, fui a sector de Coyoacán y más tarde al Paseo de la Reforma, donde caminando lo más rápido posible pude tomar algunas fotos antes de volver al aeropuerto.

Sin duda la capital mexicana tiene mucho para ver y dos días se hacen demasiado poco y me quedé sin ir a muchos lugares, espero algún día volver a ir y dedicarle el tiempo que se merece.

Por fin, el gran viaje.

La pregunta que más me han hecho últimamente es por qué dejar el trabajo y dedicarme a viajar por algún tiempo.

Tiene un poco de todo, algo de cansancio de lo cotidiano, algo de búsqueda interior y también es una prueba personal. Pero principalmente lo veo casi como una necesidad.

El origen de todo esto tiene bastante tiempo, en el que con una gran amiga siempre quisimos vivir al menos una temporada fuera de Chile. Ella ya lo hizo hace rato, pero yo estaba al debe y de a poco se veía que esto no iba a pasar.

Después de varios intentos frustrados en los últimos años (indecisión, miedo, desorganización y promesas de mejoras que nunca llegaron), el año pasado en un impulso compré el pasaje y me amarré para que no se me volviera a pasar la oportunidad.

Y ahora en eso estoy, escribiendo en el avión rumbo a México y con la esperanza de que algo bueno va a salir de todo esto.